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Imilce (siglo III-214/212 a.n.e)


Índice de contenidos

1. Introducción.

2. ¿Quiénes fueron los Iberos?.

3. Periodización y territorio.

4. Contexto geográfico (Oretania).

5. Contexto histórico.

6. Fuentes históricas que hablan de Imilce.

6.1 Tito Livio (59 a.n.e – 17 d.n.e).

6.2 Silio Itálico (25-101 d.n.e).

7. Análisis crítico de las fuentes.

8. Entonces, ¿Quién fue Imilce?.

9. Imilce en la literatura.

10. Reflexión final 

Extra: Damas Iberas.

Bibliografía.

Webgrafía.

1. Introducción

Imilce o Himilce, una joven princesa ibera, nacida en el oppidum de Cástulo, allá por el siglo III a.n.e. Hasta aquí todo normal. Eso pensaría ella, hasta que un día, por azares del destino, o más probable, por estrategia política, un joven general, procedente del norte de África, llegaba a su vida. Una vida que cambiaría para siempre. Una vida que todavía hoy, 2000 años después, se muestra con niebla ante nuestros ojos. La Peste acabó con su vida en plena guerra, en torno al 214 a.n.e. No pudo ver cómo su esposo era derrotado, ni tampoco cómo su pueblo, en un acto de amor propio y supervivencia, abandonó la causa púnica, aquella que le había dado -según Silio Itálico- un hijo, en beneficio de un mundo romano, en imparable ascensión.

2. ¿Quiénes fueron los Iberos?

Lo primero que debemos tener en cuenta es que, “ibero” es un vocablo griego que se emplea para hacer referencia a un contexto geográfico, es decir, aquellas poblaciones del Levante, río Ebro y sur de la península ibérica, que tenían una cultura y lengua dispar a la céltica. Por lo tanto, los autores clásicos griegos no buscaban hacer referencia a una etnia con el término “ibero”.

Entonces, ¿Qué entendemos por “cultura ibérica”? Para empezar, nunca existió una unidad política ni social como tal, sino que se trataba de diferentes pueblos prerromanos de la costa mediterránea con rasgos culturales e intereses comerciales comunes entre sí. A este hecho, se debe añadir el proceso de aculturación -ideológico y económico- progresivo que sufrieron los grupos ibéricos, fruto de los procesos de colonización griega y fenicio-púnica que afectaron al Mediterráneo durante el I Milenio a.n.e.

Además, es preciso señalar que el término de “cultura ibérica” tiene su génesis a finales del siglo XIX, motivado por el descubrimiento del Cerro de los Santos, en Albacete, lo que impulsó la puesta en valor del denominado “arte ibérico”.

¿Cuáles son las fuentes clásicas de las que disponemos? Encontramos algunos ejemplos desde el siglo VI a.n.e, como son Heródoto, Estrabón, Hecateo de Mileto o Rufo Festo. Sin embargo, algunas de estas fuentes no son del todo fiables a la hora de realizar una interpretación histórica, puesto que, en su mayoría, no presentaban una intención histórica o geográfica, sino simples narraciones de sus viajes por el Mediterráneo. La situación mejora cuando los romanos tocan tierra en la península ibérica. Nos encontramos con Polibio, Ptolomeo, Plinio, Tito Livio o Diodoro. Estas fuentes nos cuentan la evolución del mundo ibérico, donde ahora aparece el término “oppidum”, asentamiento fortificado en altura, que se convierte en centro rector y organizador del poder en cada territorio.

3. Periodización y territorio

No resulta sencillo establecer una periodización concreta para la cultura ibérica. Puede diferir levemente en función del autor o fuente que se consulte. En este caso, he decidido seguir la siguiente cronología:

  1. Preibérico, protoibérico u orientalizante (siglos VII-VI a.n.e). Se corresponde con los procesos de colonización fenicio, griego y púnico.

  2. Ibérico antiguo (siglo VI-segunda mitad del V a.n.e). Se corresponde con la cristalización de las aportaciones recogidas por las colonias establecidas en territorio peninsular.

  3. Ibérico Pleno (mediados/finales del siglo V- mediados del siglo III a.n.e). Se corresponde con el periodo de mayor esplendor de la cultura ibérica, caracterizado, entre otras cosas, por un aumento demográfico y la estandarización de los conocidos como oppida, asentamientos fortificados en altura, que se convierten en el núcleo rector de un territorio cada vez más amplio.

  4. Ibérico Final (finales siglo III-siglo I a.n.e). Se corresponde con el desarrollo de la 2ª Guerra Púnica en la península ibérica, previa conquista púnica, y posterior romanización del territorio. Se produce la destrucción y/o abandono de buena parte de los asentamientos ibéricos.

En cuanto al territorio, se puede diferenciar entre (véase figura 1):

Figura 1

Mapa de Iberia en el 300 a.n.e

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Nota. Adaptado de www.hahistoriayarte.com

4. Contexto geográfico (Oretania)

Nos centraremos en la región de la Oretania, debido a que el oppidum de Cástulo, al que perteneció Imilce, constituyó el núcleo central de esta región.

Los oretanos, estaban ubicados en la zona de Sierra Morena, entre Albacete y Ciudad Real al oeste, y Córdoba y Jaén al norte. Dentro de la Oretania meridional, que es la que nos ocupa, destacan las ciudades u oppidum de Kastilo-Cástulo (Linares, Jaén), Puente Tablas (Jaén) o Giribaile (Vilches, Jaén). Dos santuarios sobresalen por encima del resto: el Collado de los Jardines (Santa Elena, Jaén) y la Cueva de la Lobera (Castellar de Santiesteban, jaén), ambos fuente de numerosos exvotos de bronce, destinados a la realización de ofrendas a la divinidad.

Los oretanos destacaron en la minería, fundamentalmente de plata, conformando las ciudades de Sisapo y Cástulo, dos centros fundamentales para el comercio del metal. El oppidum de Cástulo, se convierte en un núcleo estratégico del Alto Guadalquivir desde época anteriores, consolidando su posición en el siglo III a.n.e. En época cartaginesa, fue la ciudad más importante de la región de la Oretania, donde habría existido una especie de “casa real”, con un importante estatus político. De ahí que, siguiendo el ejemplo de Asdrúbal, quien se casó con una princesa ibera, adquiriendo -según Tito Livio- el título de “basileus”, Aníbal decidió casarse con Imilce, princesa de Cástulo, logrando mejorar y afianzar con esta alianza matrimonial, las relaciones entre Cástulo y los púnicos. Con anterioridad, según nos cuentan algunas fuentes antiguas como Ptolomeo, Polibio o Estrabón, el territorio de Cástulo era hostil a los cartagineses, por lo que este matrimonio mejoraba la situación de los púnicos en la península, y en concreto, en la región de la Oretania.

Figura 2

La Cueva de la Lobera (Castellar de Santiesteban, Jaén)

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Nota. Adaptado de Prehistoria Reciente de la Península Ibérica (p.446), por Vv.Aa, UNED.

5. Contexto histórico

El destino de la sociedad ibérica, así como el de Imilce, estuvo irremediablemente ligado a un acontecimiento bélico que impactó con dureza en la península ibérica. Estamos hablando de la II Guerra Púnica (218-202 a.n.e). Pero primero, viajemos unos años atrás. En el año 237 a.n.e, la familia bárquida, con Amílcar y Asdrúbal Barca a la cabeza, llegaba a las costas andaluzas (Gadir), dando inicio a la conquista cartaginesa de la península ibérica. Los cartagineses se caracterizaron por el reclutamiento de mercenarios ibéricos para engrosar sus filas. Como en cualquier conflicto, algunos pueblos apoyaron la causa cartaginesa, mientras que otros, por intuición visionaria, por estrategia política, o simplemente por obligación, se pusieron del lado de los romanos. El resultado ya lo sabemos, tras una serie de victorias cartaginesas, Roma envió a la península a un joven general de nombre Publio Cornelio Escipión, “El Africano”, quien consiguió desbaratar la red cartaginesa en la península con 3 victorias decisivas: Carthago Nova (209 a.n.e), Baécula (208 a.n.e) y Gadir (206 a.n.e).

Dos citas interesantes:

«Amílcar, habiendo sometido en España muchas ciudades en toda Iberia, fundó una gran ciudad a la que, por su emplazamiento, llamó Acra Leuca. Amílcar, establecido junto a la ciudad de Helike, a la que puso sitio, permaneció allí con el resto de sus efectivos, tras enviar a la mayor parte del ejército con los elefantes a invernar en la ciudad de Acra Leuca, fundada por él.

He aquí que el rey de los orissos, acudiendo en auxilio de los sitiados, tras un fingido pacto de amistad y alianza bélica con Amílcar le puso en fuga; pero éste, en su huida, procuró la salvación de sus hijos y amigos desviándose por otro camino. Perseguido por el rey, Amílcar se arrojó con su caballo a un caudaloso río y, descabalgado por la corriente, murió bajo su montura.

Sin embargo, el grupo en el que iban sus hijos Aníbal y Asdrúbal llegaron salvos a la ciudad de Acra Leuca. Así pues, tenga Amílcar como epitafio, aunque murió muchos años antes de nuestra era, el elogio que la historia le dedica». DIODORO SÍCULO: XXV, 10, 3-4.

«Lo mataron [a Amílcar] de la siguiente forma: llevaron carros cargados con troncos a los que uncieron bueyes y los siguieron provistos de armas. Los aricanos al verlos se echaron a reír, al no comprender la estratagema. Pero cuando estaban muy próximos los iberos prendieron fuego a los carros tirados aún por bueyes y los arrearon contra el enemigo. El fuego, expandido por todas partes, provocó el desconcierto de los africanos. Y, al romperse la formación, los iberos, cargando a la carrera contra ellos, dieron muerte a Amílcar en persona y a un gran número de los que estaban defendiéndolo». APIANO Iber.5.

Y os preguntaréis, ¿Dónde está Aníbal?, ¿E Imilce?, ¿Qué papel juega Cástulo en todo esto? Pues bien, tras el asesinato de Asdrúbal en el año 221 a.n.e, el joven Aníbal es proclamado comandante en jefe del ejército y asume el mando. Como veremos más adelante, poco después se produce el matrimonio entre Aníbal e Imilce. Tras asediar la ciudad de Sagunto en el año 219 a.n.e, la respuesta romana ante la supuesta ruptura por parte de Aníbal del pacto del Ebro que puso fin a la 1ª Guerra Púnica, no fue otra que declarar nuevamente la guerra a Cartago. Pero Aníbal ya tenía claro su objetivo. Pensaba a lo grande. Quería llegar a la península itálica, y lo hizo. Tras lograr negociar su paso por los Pirineos, emprendió su legendaria marcha por los Alpes, colocándose a los pies de Roma, de donde no pasaría.

Mientras tanto, Imilce se encontraba en Qart Hadasht, donde acudió tras su boda con Aníbal en el 220 a.n.e, permaneciendo en la ciudad hasta que entró en acción de nuevo la ciudad de Cástulo, pasándose al bando romano.

6. Fuentes históricas que hablan de Imilce

Acercándonos más de cerca a la figura de Imilce, nos encontramos con un panorama un tanto desolador. Únicamente disponemos de dos fuentes que hablen, de manera directa o indirecta, de nuestra protagonista.

6.1 Tito Livio (59 a.n.e – 17 d.n.e)

Historiador romano al que se le atribuye la monumental obra titulada “Ab urbe condita”, conformada por 42 libros, y donde se narra la historia de Roma desde su fundación (753 a.n.e). Precisamente en esta obra, en el libro XXIV, Tito Livio hace la única mención supuestamente hacia Imilce, ya que como se ha comentado, no alude a su nombre personalmente.  La cita dice lo siguiente:

«Cástulo ciudad de Hispania, muy fuerte y noble y tan adicta a los cartagineses, que la esposa de Aníbal era oriunda de la ciudad, se pasó a los romanos». Ab urbe condita XXIV, 41, 7

En esta cita, se puede deducir la ruptura del pacto con Aníbal y los suyos por parte de Cástulo, pasando de esta forma al bando romano.

6.2 Silio Itálico (25-101 d.n.e)

Político y poeta épico latino, se le atribuye la autoría del poema épico “Púnica”, sobre la II Guerra Púnica. En dicha obra, a diferencia de Tito Livio, sí hace mención a Imilce de manera directa en repetidas ocasiones. En primer lugar, Silio Itálico nos cuenta los supuestos orígenes de Imilce, quien descendería de una familia noble perteneciente a la aristocracia real.

«Le respondió Imilce, la hija de Castalio de Cirra, aquel que, en honor a su madre, dio nombre a la ciudad de Cástulo, que todavía hoy conserva el nombre de aquella sacerdotisa de Febo. Contaba Imilce con antepasados de origen divino: 100 en los tiempos en que Baco dominaba los pueblos iberos y, armado con su tirso, asolaba Calpe junto con sus Ménades, Milico, nacido de un lascivo sátiro y de la ninfa Mirice, extendía sus dominios por toda su patria llevando, igual que su padre, cuernos sobre su frente. A él remontaba Imilce su patria y sus nobles orígenes, y su nombre había sido ligeramente modificado en la lengua bárbara». Púnica, Libro III, 100-110.

Silio Itálico pretende atribuirle un origen griego por parte paterna a Imilce por medio del nombre de “Castalia”, que hace referencia a la fuente ubicada en las proximidades del Parnaso, y que se encuentra consagrada a las Musas. Sin embargo, es más posible que su origen sea fenicio-púnico, por la etimología de su nombre (raíz Hin- y sufijo –Melkert en referencia a Melkart, divinidad cartaginesa).

La siguiente información interesante la encontramos en un pasaje en el que se narra cómo Aníbal decide que tanto su esposa, Imilce, como su hijo, deben permanecer alejados de la guerra. Silio hace gala de su labor como poeta y añade drama y sentimiento a la despedida entre Aníbal e Imilce.

«Pero el general observaba deprisa estas maravillas, que eran muchas las preocupaciones que le asaltaban: la primera, apartar de la guerra a la que compartía su lecho y, con ella, al recién nacido al que aún amamantaba. La esposa había colmado de felicidad al joven esposo con su unión virginal y con su matrimonio aún reciente ambos compartían un amor lleno de recuerdos. En cuanto al niño, nacido a las puertas de la asediada Sagunto, aún no había completado doce ciclos de la luna». Púnica, Libro III, 61 ss.

Ante tal situación, Aníbal se dirige a su esposa e hijo, incluso reconociendo el futuro incierto de la guerra, y expone lo siguiente:

«¡Hijo mío, esperanza de la altiva Cartago y terror imponente de los Enéadas, te pido que superes la gloria de tu padre y consigas gran renombre con tus hazañas, hasta que sobrepujes como guerrero a tu propio abuelo! Trastornada de miedo, Roma cuenta ya tus años, años que harán llorar a muchas madres. Si las predicciones de mi corazón no me engañan, contigo crece una tremenda calamidad para la tierra. Puedo reconocer en el tuyo el rostro de mi padre, sus ojos amenazadores bajo la torva frente, su voz poderosa y los primeros indicios de una cólera idéntica a la mía. Si, por casualidad, alguno de los dioses pusiera fin a mis grandes proezas e interrumpiera mi incipiente carrera con la muerte, lucha, esposa mía, por conservar a este niño como garante de la guerra. Y, cuando pueda hablar, guíalo como a mí me guiaron en mi infancia. Que sus pequeñas manos toquen el altar de Elissa y que, ante las cenizas de los suyos, jure la guerra a Laurento. Luego, cuando con el primer bozo consolide el vigor de su juventud, que desta que en las labores de Marte y, pisoteando los tratados de paz, reclame como vencedor un túmulo en mi honor en lo alto del Capitolio».

»En cuanto a ti, cuya fidelidad merece ser venerada, tú, para quien está reservada la dicha y la gloria de tan grandioso alumbramiento, evita los peligros de una guerra de incierto final y abandona tus pesadas congojas. A nosotros nos esperan desfiladeros infranqueables por la nieve, rocas que sujetan el cielo; nos aguarda un trabajo que hizo sudar al Alcida y asombrar a su propia madrastra; nos aguardan los Alpes, un trabajo aún más penoso que la guerra. Pero, si la Fortuna no cumple el favor que nos ha prometido y no es propicia a nuestros objetivos, querría que vivieras mucho tiempo y conocieras una longeva vejez. Tu juventud merece que las hermanas hilen tu destino sin prisas cuando yo me haya ido» Púnica, Libro III, 70 ss.

Imilce, entre lágrimas, responde lo siguiente:

«¿Olvidas que nuestra salvación depende de la tuya? ¿Acaso te niegas a que te acompañe en tu empresa? ¿Nuestra unión y las primeras alegrías de nuestro matrimonio significan tan poco que crees que no puedo yo, tu esposa, subir contigo montañas heladas? Ten confianza en la fuerza de una mujer. Ninguna fatiga puede doblegar a un amor honesto. Pero, si únicamente te fijas en mi condición de mujer y estás decidido a abandonarme, te obedezco, no demoraré por más tiempo al destino. Que la divinidad te proteja: marcha en buena hora, marcha con el favor de los dioses y con mis buenos deseos y, en medio de los combates y el ardor de la batalla, no olvides a la esposa y al hijo que has dejado atrás. Porque no temo tanto las armas y el fuego de los ausonios como te temo a ti: tú te lanzas temerario contra las mismas espadas y ofreces tu cabeza a los proyectiles. No hay éxito alguno que sacie tu valor. Sólo tú crees que la gloria no tiene límites, que morir en paz es indigno de hombres guerreros. El miedo agarrota mis miembros, no temo a ningún hombre que se enfrente a ti cuerpo a cuerpo. Y, en cuanto a ti, padre de las batallas, ten piedad de nosotros, aleja toda desgracia y mantén esta cabeza a salvo de los teucros» Púnica, Libro III, 110 ss.

Para mayor dramatismo, Aníbal, antes de zarpar en su viaje sin retorno, trató de calmar a su esposa:

«Deja los presentimientos y las lágrimas, mi fiel esposa. Tanto en la paz como en la guerra, hay un final predestinado para todos y el primer día nos lleva hasta el último. A muy pocos su corazón ardoroso les otorga un nombre que vaya eternamente de boca en boca; a éstos los destina el padre de los dioses a morar en el cielo. ¿Es que voy a seguir sufriendo el yugo de Roma y las murallas de Cartago prisioneras? Me empujan los manes de mi padre animándome en medio de la oscuridad de la noche. Tengo ante mis ojos los altares y aquel horrible sacrificio: el carácter breve e inestable de la vida no permite más demora. ¿Me voy a quedar sentado y que sólo Cartago conozca mi nombre? ¿Y que la humanidad no sepa quién soy? ¿Y renunciar a la más alta fama por el miedo a morir? ¿Qué hay más parecido a la muerte que una vida en silencio? Sin embargo, no temas que mis ansias de triunfo sean temerarias. Tengo en alta estima la vida y, en la vejez, la gloria reconforta cuando los honores engrandecen una edad tan larga. A ti también te está reservada una gran recompensa por esta guerra que hemos asumido. Basta con que los dioses se pongan de nuestra parte, para que tengas a tus pies todo el Tíber, las mujeres de Ilion y los dardanios con todo su oro». Púnica, Libro III, 110 ss. 130 ss.

Una vez que Aníbal parte hacia su destino, dejando atrás a su mujer e hijo, a quienes no volverá a ver, la siguiente escena nos lleva a un momento posterior, cuando, según se narra, Hannón el Grande, principal rival de Aníbal, persuadió al Gran Consejo de Cartago para que utilizase al hijo de Imilce y Aníbal en un sacrificio como ofrenda a los dioses. Buscaba ganarse el favor de los dioses y su protección en la guerra. Según se cuenta, existía una tradición entre los púnicos de sacrificar a niños al azar para cambiar la suerte de la guerra y aplacar la ira del dios Moloch.

«Era costumbre entre los pueblos que fundó la advenediza Dido solicitar con sangre el favor de los dioses e inmolar -algo despreciable de relatar- a los hijos recién nacidos junto al fuego de los altares. Esta urna del destino renovaba todos los años la deplorable calamidad, a la manera del rito sagrado ofrecido a Diana en los dominios de Toante. Según tal costumbre, Hannón, su inveterado enemigo, reclamaba al hijo de Aníbal para cumplir tal destino y suerte de los dioses. Pero se sentía de cerca el miedo a la cólera del jefe armado; la grandiosa figura de aquel padre persistía fija ante sus ojos». Púnica, Libro IV, 765 ss.

El siguiente pasaje nos muestra a una Imilce al borde de la desesperación, implorando a su esposo que logre detener tal sacrificio. 

«¡Oh, esposo mío, cualquiera que sea la región del mundo en que suscitas la guerra, trae hasta aquí tus enseñas! ¡Aquí se encuentra un enemigo más violento y más cercano! Tal vez en este momento estés junto a los mismos muros de la ciudad dardania, recibiendo intrépido en tu escudo los dardos que contra ti lanzan o agitas una terrible antorcha para prender fuego al templo tarpeyo ¡Y, mientras tanto, en el seno de tu patria, tu principal familia, tu único hijo, ah, es arrastrado hasta los altares de la Estigia! ¡Ve ahora a devastar los penates ausonios con tu espada, ve y abre un camino a través de lugares vedados a los humanos! ¡Ve y viola el acuerdo jurado ante todos los dioses! ¡Ésa es la recompensa que te ofrece Cartago, tales son los honores que ahora te tributa! Pero ¿qué piedad es ésta de rociar de sangre los templos? ¡Ah, la causa principal de los crímenes que cometen los corrompidos mortales es la de desconocer la naturaleza de los dioses! ¡Id a suplicar justos sacrificios con piadoso incienso, pero dejaos de crueles ritos de muerte! Dios es bondadoso y está vinculado al hombre. Que os baste por el momento con sacrificar novillos ante los altares, os lo ruego. Y, si creéis firmemente que los dioses desean este sacrílego acto, llevadme a mí, a mí que soy su madre, para cumplir con vuestros votos. ¿Por qué os agrada desposeer al pueblo libio de las condiciones que este niño augura? ¿Acaso no deberíais haber lamentado aún más el desastre de las Egates y el poderío cartaginés sumergido bajo el mar, si el sanguinario ritual nos hubiera arrebatado en su día el enorme valor de mi esposo?». Púnica, Libro IV, 775 ss.

Finalmente, Aníbal, ante la desesperación de su esposa, consigue frenar el sacrificio, no sin antes formular el siguiente discurso:

«¿Cómo podría Aníbal corresponderte equitativamente por el enorme honor de ser comparado con los dioses? ¿Qué digna recompensa podría encontrar, Madre Cartago? Noche y día empuñaré las armas, desde aquí haré llegar a tus templos numerosas y muy nobles víctimas del pueblo del ausonio Quirino. Pero este niño será preservado como heredero de mis armas y de mi guerra. Hijo mío, mi esperanza y la única salvación del poder tirio ante la amenaza de Hesperia, no olvides, mientras vivas, luchar por tierra y por mar contra los Enéadas. Adelante, los Alpes están abiertos para ti, asume nuestra empresa. Vosotros también, dioses de mi patria, cuyos templos son honrados con muertes y se alegran de que el temor de las madres los venere, dirigid a mí vuestras miradas complacidas y vuestros corazones. Me dispongo a ofreceros sacrificios y erigiros altares aún mayores. Tú, Magón, sitúate en la cima del monte de enfrente; tú, Coaspes, más cerca, dirígete a la colina de la izquierda, que Siqueo conduzca a sus hombres por la espesura hacia los desfiladeros y estrechuras. En cuanto a mí, exploraré veloz tus orillas, Trasimeno, con tropas ligeras, buscando libaciones que ofrecer a los dioses; pues no es despreciable la victoria que la divinidad me ha augurado y prometido francamente. Y, cuando la contempléis, senadores, volveréis para contarla a nuestra ciudad». Púnica, Libro IV, 800 ss.

7. Análisis crítico de las fuentes

Nos encontramos con dos fuentes que prácticamente podríamos decir que es una sola fuente, puesto que Tito Livio apenas nos ofrece datos. Por lo tanto, casi todo el peso de la información recae en la figura y obra de Silio Itálico, lo cual supone un inconveniente en cuando a su fiabilidad. No podemos obviar que su obra se trata de un poema épico, y como tal, dentro de un contexto que puede ser más o menos fidedigno, le añade importantes dosis de drama y sentimentalismo.

Ninguno de nosotros/as vivió a finales del siglo III a.n.e. No seré yo quien niegue que algunos, o quizá gran parte, de los hechos que se narran, ocurriesen en realidad. No me parece un disparate considerar que una joven princesa ibera, perteneciente a una importante familia de la aristocracia real, tuviese cierta influencia en su esposo, aun siendo Aníbal. Tampoco es una locura que pudiese darse una despedida entre ambos, en la que su esposa pidiese acudir con él a la guerra, ya fuese por amor o por simple supervivencia, ante el miedo de que las tropas romanas asediaran la ciudad y se vieran, tanto ella, como su hijo, en una situación de vulnerabilidad frente al enemigo ¿Fue un matrimonio de conveniencia sin más?, ¿Hubo amor entre Aníbal e Imilce? Quizá nunca lo sepamos. Yo elijo creer en el amor.

En cualquier caso, en la actualidad, disponemos de estos datos que, en mayor o menor medida, nos permite conocer un poquito más a un personaje histórico poco conocido y que, sin duda, merece mucha más atención.

8. Entonces, ¿Quién fue Imilce?

Una vez expuestos los datos más relevantes sobre Imilce y su entorno más próximo, es momento de reconstruir una breve biografía sobre su persona. He indicado tanto el nombre de Imilce como el de Himilce, puesto que ambos están aceptados y se usan indiscriminadamente en función de la fuente consultada. No obstante, he optado por Imilce por considerar que es su versión más fiel (empleada por la Historia Hispánica de la Real Academia de la Historia), mientras que la H- añadida a Imilce, habría sido una latinización posterior.

Imilce, en púnico HinMelkert, que viene a significar “la prote­gida de Melkart”, fue una joven princesa ibera perteneciente al oppidum de Kastilo (Cástulo), centro más importante de la región de la oretania. Nació en el siglo III a.n.e en el seno de la aristocracia ibera. Posiblemente hija del rey oretano Mucro, se vio envuelta en una alianza matrimonial que buscaba mejorar la situación, tensa hasta ese momento, entre Cástulo y Cartago.

De esta manera, alrededor del 221-220 a.n.e, contrajo matrimonio con el general púnico Aníbal Barca. Según la tradición, Aníbal e Imilce se conocieron en el santuario de Auringis (actual Jaén), consumando la boda en Qart Hadasht (actual Cartagena), y más concretamente, en el templo de Tanit, diosa más importante de la mitología cartaginesa. Silio Itálico nos cuenta que Aníbal e Imilce tuvieron un hijo, llamado Aspar Barca. En Qart Hadasht permanecieron ante la negativa de Aníbal de que su esposa le acompañase en su campaña militar, enfrentamiento contra Roma que, según la tradición, Imilce no veía con buenos ojos. Tras ello, Imilce y su hijo viajaron hacia Gádir primero, con parada en el templo de Melkart para pedir favores a la divinidad para la guerra, acabando su viaje en Cartago, donde se refugiarían.

Finalmente, Imilce regresó a Cástulo en el que momento en el que, dicha ciudad, ante la predecible futura derrota cartaginesa, decidió pasarse al bando romano. Parece ser que Imilce y su hijo murieron a causa de una epidemia de Peste que afectó a la región, alrededor del 214-212 a.n.e, pero no hay ninguna evidencia constatable de ello.

En la actual ciudad de Baeza, se puede visitar la estatua funeraria de Imilce, que preside la fuente de los leones en la plaza del Pópulo, monumento que habría sido levantado en su honor tras su fallecimiento, aunque de nuevo, no hay evidencias.

Figura 3

Estatua funeraria de Himilce, en la fuente de los Leones (Linares, Jaén)

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9. Imilce en la literatura

Una serie de autores han sucumbido ante la leyenda y la bruma que se cierne sobre la figura de Imilce. La falta de datos permite tomarse mayores licencias y fantasear sobre lo que pudo ocurrir. Y es algo bonito, pero también peligroso si con ello se van perpetuando mitos falsos. Cleopatra estaría de acuerdo conmigo.

Pues bien, pasemos al primero de los casos. En 1982, el poeta Domingo Faílde publicó un poemario titulado “Cinco cantos a Himilce”. Se nos presenta una Imilce donde destaca su belleza y pasión. Por ejemplo (Faílde, 1982:79):

Himilce,

la de siempre, tú misma,

la del cabello suelto,

la del vientre poblado

de espigas y metales;

tan ancha,

tan morena,

tan radiante y fecunda, amada mía;

tú misma,

la de brazos abiertos,

la del pubis surcado de olivos,

la del ardiente sexo navegable,

sencillamente tú, soberana,

tu corazón y el mío sobre la tierra:

viviré mientras seas,

tomando despacioso tu carne y tu aliento.

Y cuando yo me vaya,

de ti cubierto, amor, me iré cantando

camino a las estrellas tu nombre

de fuego y simientes:

¡Himilce! ¡Himilce! ¡Himilce!

El segundo ejemplo nos lleva a la novela histórica. El filólogo alemán Gisbert Haefs, publicó en 1989 su obra titulada “Aníbal”, donde se narra las vivencias del general púnico. En la obra, se hace referencia a Imilce y su hijo, aunque en este caso, le pone el nombre de Amílcar, haciendo honor a su abuelo. Haefs decide que el destino final de Imilce y su hijo sería el mar, siendo testigo Aníbal a través de una carta. La cita dice lo siguiente:

«Tras el desembarco de los romanos en Iberia, Himilce y el pequeño Amílcar cogieron un barco que se dirigía a Kart Hadtha en Libia. El barco iba en un grupo de siete naves, una pequeña flota que llevaba noticias y plata. Uno de los barcos cargado con plata llegó a su destino. Los otros se hundieron. Con su mujer y su hijo». Aníbal, Haefs, 1991: 482-483.

El tercer caso nos lleva de nuevo a la poesía. En este caso su protagonista es Miguel Vega Blázquez, quién publicó en septiembre de 2004 su obra titulada “Tríptico de Cástulo” en la Diputación Provincial de Jaén. Cuenta con una segunda parte titulada “La predilecta de Melkart”. Sin embargo, me gustaría centrarme en un poema que escribió sobre nuestra querida Imilce. Dice lo siguiente:

«A la memoria de Himilce, princesa de Cástulo, mujer extraordinaria que me ha permitido a mí, 2.200 años después, vivir dos jornadas de imborrables emociones: la del 14 de enero en el palacio de la Diputación de Jaén y la del 9 de marzo en el instituto Huarte de San Juan de Linares.

Un amanecer limpio sobre olivares a 140 kms. por hora.

El rugido del motor, acallado

por una de las Cantatas de Johann Sebastián Bach.

Cruzo la frontera granadina a hora temprana

y unos minutos más adelante atravieso un paisaje nevado:

el blancor destella en impolutas planicies siberianas.

Todo lo que alcanza mi vista –campos, rocas, montañas–

es radiante blancura.

La pureza me detiene, me hace bajar del coche

y pisar con mis zapatos negros el virginal manto helado.

Hundo mis manos en la nieve de marzo…

 …Y recordé entonces las manos blancas de Himilce,

recogiendo entre el musgo invernal de los despeñaderos

la nieve sagrada, para que la mastique,

para que la beba su amante,

el pretor Publio Cornelio Escipión».

No me quiero olvidar de otras obras como:

  • Himilce. Princesa de Cástulo”, de Carmen Gálvez.

  • Himilce”, de Emmanuel Chastellière. Edición en francés.

  • Himilce. La dama de plata”, de Ana María Barquero Carmona.

  • MI PRINCESA HIMILCE, SIEMPRE TUYO, ANÍBAL”, de Rocío Martínez.

Además, cada año, se celebran en Cartagena (Murcia) y Linares (Jaén) respectivas fiestas que reconstruyen la boda entre Aníbal e Imilce, dentro del contexto de las Fiestas Ibero-Romanas de Cástulo, y las Fiestas de Carthagineses y Romanos, en Cartagena.

10. Reflexión final

Hemos hablado largo y tendido sobre Imilce, Aníbal, unas pinceladas de su padre Amílcar, incluso de Hannón y el rey Mucro. Sin embargo, no hemos dedicado la atención a los protagonistas silenciosos, a los olvidados, al pueblo. Creo justo reservarles la parte final del presente escrito.

Las guerras nunca son justas, no porque el resultado final se incline hacia un lado u otro, sino porque los que más sufren siempre son los inocentes. Aquellos que no buscaron la guerra. Aquellos que perdieron la vida o presenciaron cómo asesinaban a sus seres queridos, en una vorágine de violencia difícil de entender. Todo ello para el beneficio de unos pocos, los poderosos. Los nombres que pasan a la Historia. Los grandes conquistadores. Los héroes. Pero, ¿Y el resto? Donde quedan las familias que pierden sus casas, sus vidas, sus sueños, todo lo construido por generaciones y generaciones. Todo se desvanece de un momento a otro, sin que puedan hacer nada por evitarlo. Imagino su resignación cargada de tristeza.

Los grupos iberos que se han mencionado a lo largo del texto sufrieron, de una manera u otra, los efectos de la guerra entre Cartago y Roma, y la posterior romanización de la península ibérica. El devenir histórico de estos grupos cambió para siempre. No importa si mejoraron o empeoraron su situación. Simplemente dejaron de ser lo que eran. Nadie les preguntó si querían dejar de ser Iberos para ser una provincia romana. A nadie le importó su opinión y su destino. A mí sí.

Extra: Damas Iberas

Imilce es solo un ejemplo de lo que debieron ser las damas aristocráticas del mundo Ibero. Mujeres pertenecientes a la élite que jugaron un papel fundamental en la legitimación de su linaje, empleadas como símbolo de alianzas políticas, como el caso de nuestra princesa. Gracias a la arqueología conocemos multitud de esculturas funerarias que representan a mujeres de la élite Ibera, lo que también nos ayuda a comprender la relevancia de estas damas para su comunidad, hasta el punto de perpetuarse en la eternidad por medio de estos rituales funerarios.

A modo de ejemplo, he seleccionado 4 esculturas funerarias que representan a mujeres de la aristocracia Ibera.

  • Dama de Elche (Alicante).

  • Dama de Baza (Granada).

  • Dama de Guardamar (Alicante).

  • Gran Dama Oferente del Cerro de los Santos (Albacete).

Figura 4

Esculturas funerarias de Damas Iberas

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Nota. Elaboración propia adaptado de Wikimedia commons

Bibliografía

Christ, K. (2006). Aníbal. Herder Editorial.

De Frías, M. S. (2006). Los pueblos prerromanos de la península Ibérica. Ediciones AKAL.

Itálico, S. (2005). La guerra púnica. Ediciones AKAL.

Livio, T. (2009). La Segunda Guerra Punica/ The Second Punic War: Libros Xxvi-xxx. Alianza Editorial Sa.

Tirado, J. B. (2010). Breve historia de los íberos: La apasionante y desconocida historia de uno de los pueblos más florecientes de la Iberia prerromana, clave para entender la cultura mediterránea occidental de la Antigüedad. Nowtilus.

Vega, M. (2008). El rastro de Himilce. Actas I Congreso de Historia de Linares. 65-71.

Vv.Aa. (2013). Prehistoria Reciente de  la Península Ibérica. Editorial UNED.

Webgrafía

Hahistoriayarte (24 de septiembre de 2024). Imilce: la princesa ibera esposa de Anibal Barca. Recuperado el 20 de agosto de 2025, de https://www.hahistoriayarte.com/imilce-la-princesa-ibera-esposa-de-anibal-barca/

Blázquez, J.M. (s.f.). Imilce. Historia-Hispánica [RAH]. Recuperado el 18 de agosto de 2025, de https://historia-hispanica.rah.es/biografias/23870-imilce

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